viernes, 18 de febrero de 2011

La misma historia de siempre: alimento para todos

HISTORIAS DE MIGUELITO, 1997

    El problema del hambre en el mundo no es algo que coja de improviso a nadie. Es un tema muy repetido a lo largo de la historia y que ha supuesto, en el peor de los casos, grandes guerras, migraciones masivas, como la hambruna de la patata irlandesa, o desastres sociales, como las grandes hambrunas de China a lo largo de su historia, la última y más importante, a mediados del siglo XX., por lo que es un problema a tener en cuenta, todavía en la actualidad.

    Muchos alimentos se destruyen continuamente, sobre todo en países del primer mundo cuando hay excedentes de producción o cuando el precio del mercado no supera los costes de producción y al productor no le interesa siquiera recoger lo sembrado. Muchísima gente, como Miguelito, piensa que todo ese excedente podría llevarse a lugares donde hiciera falta, pero no siempre es posible. Existen muchos alimentos que, por sus propiedades o forma de consumo, no pueden repartirse o viajar, porque conllevan un difícil mantenimiento y conservación. Todo el mundo cree y quiere que los alimentos que tan bien llegan a nuestras despensas lleguen también, y de la misma manera a los pobres negros africanos, en un pensamiento o propósito de infinita solidaridad. Pero esto no puede hacerse. Sólo algunos alimentos son realmente susceptibles de ser compartidos en buenas condiciones, hablado principalmente de cosechas vegetales, como por ejemplo las legumbres, que tan bien aguantan el trasiego y el paso del tiempo sin deteriorarse. Algunos productos se estropean mucho más fácilmente que otros y no es posible, o no se quiere, compartir.

    Si bien, también es cierto que el primer mundo, sabedor de su poder y control sobre el resto, ha estructurado su economía hacia un esperpéntico consumismo, precedido de una producción con el mismo calificativo. Para nuestros países es importante obtener beneficio, beneficio a cualquier precio, de tal manera que no sólo a veces no es que no se pueda enviar un catón de leche o un saco de harina, sino que no interesa hacerlo.

    Es de destacar, como defectos de los países y personas, al fin y al cabo humanos, que controlan la producción y comercio mundial y, en estas viñetas el señor trajeado, cliché de hombres pudientes, la soberbia con la que unos miran por encima de los hombros de otros, la envidia y la codicia con la que nos ponemos por delante de los demás para tenerlo todo bajo nuestro poder y la ira que consiguen desatar en aquellos que se quejan de sus actuaciones. Pero en el otro bando, también se encuentra la pereza, la dejadez de quienes se limitan a asentir y a alargar la mano cuando la cajera nos pide las veintitrés con noventa y cinco que debemos pagar por la cesta de viandas que llevamos bajo el brazo. El problema que aquí se trata está muy lejos de ser resuelto pero, de vez en cuando, no está de más hacer cábalas acerca de todo aquello que nos rodea porque, aunque no lo veamos, todos somos responsables de lo que aquí ocurra, o deje de ocurrir. No será hasta que nos sentemos y respiremos hondo, con tranquilidad y buenos propósitos, cuando atisbemos -¡Eureka!- el principio del fin.


 

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